Cristina

Cuando terminamos, comenzó a llover.
Hay magia en las nubes, el agua alma conecta las esencias y hace ceremonias en percusiones musicales. Con las ráfagas del viento nos tensa las cuerdas del alma.
La orquesta sobre el tejado era murmullo encarrillando sueños. Los viajes requieren de posteriores reposos. Los viajes requieren de sutiles energías, los viajes quieren volver.
Cada viaje grita: ¡Yo soy la oportunidad! mientras corre con sus pies alados, con su flequillo contra el viento, invitando a correr, evitando el bailar.
Palabras de dar gracias, a los que son, a los que fueron, palabras que reconocen al presente como cima del pasado, en un ascenso constante de tiempo, con su espiral de fuego que arrastra energías por rampas y toboganes.
Diminutos cariñosos con todo lo grande, respetuosos con el poder de las cosas. Lo que es más grande que su responsabilidad, no puede corromperse.
Los mejores viajes se hacen juntando las pestañas, con el tiempo en libertad por delante y la estabilidad de vivir sin prisa.
Montar un caballo salvaje sin quererlo dominar, esperando que nos lleve al Lugar, a una vida mejor. Superando contracciones.
Ya.
Todos los mundos se concentran desde el poder interior y luego marchan a sus efímeros destinos. Sus huellas se quedan, le dan forma al barro y el fuego lo endurece para que no olvides los caminos. Todo es premeditado, pero pocas veces por los pasivos. La acción viene de conciencias antiguas que guardan armas, en veladas nocturnas hasta que la noche caiga rendida a la luz omnipotente.
Tifones y huracanes, tormentas de interior, con relámpagos a cámara lenta y la paz del corazón, de contemplar desde el ojo los agentes que se mueven hoy.
Reposo. De crianza a reserva. Con los aromas al paso, que crecen con suavidad.
Un soplo baja por la nuca y enciende la mecha que abre kundalini. Es solo un segundo. Solo una añoranza de lo que vendrá. De lo que hay durmiendo, esperando despertar.