Erase una vez en un tiempo lejano, un reino antiguo en donde el MFF partido de las Mujeres Frías-Feas tomó el poder.
Lo primero que hicieron sus integrantes, fue prohibir los piropos que los hombres les decían a las mujeres guapas. Alguna guapa había en el partido de las mujeres frías, pocas, pero alguna había, pero eso sí, mientras más guapa más fría. Mujeres que del follar ni hablar, y si nosotras no follamos, que las demás tampoco.
Así las cosas, prohibieron la cortesía, y ya no era posible ni ceder el paso al subir al autobús, ni abrir la puerta del coche. Saltarse las leyes para ligar era convertirse en un saltimbanqui, en un artista circense, en un mago de escenario, o sucumbir a la ley y terminar en la cárcel un tiempecillo.
Las mujeres frías feas en el poder se declararon hijas de Lesbos, practicantes de la tijereta y decidieron vengarse de todos los hombres para dejarlos sin follar.
Los hombres de la época, casi sin darse cuenta se fueron volviendo homosexuales, los que tenían estudios, y maricones los que no habían llegado a la universidad.
Quedaban unos pocos, que llamaban putas ninfómanas a sus amigas prometiéndoles follar en la capea, pero aquello salió a la luz y los varones acabaron en la cruz.
Para erradicar la defenestrada competencia machista masculina, las machas femeninas idearon afear a los hombres piropeadores, primero con una especie de estigma de varón reprimido en la niñez, y después, como no coló, a los piropeadores reincidentes, les colocaron un collar anti-odio para que el corazón tuviera dificultad en bombear hasta los cojones.
El Partido de las Mujeres Frías-Feas, tenía más poder que el rey, pues estaba bajo las órdenes directas del emperador y promulgaban leyes a diestro y siniestro con baremos como el de la igualdad. Hacían mucho hincapié en eso, la igualdad, y decían “ya que nosotras no follamos, las demás tampoco”. Claro, no podían poner a un guardia en cada esquina, y para solventar el asunto decidieron que fueran las guapas las que se ofendieran con el follar. Al principio, potenciaron el uso de consoladores con grandes estudios satisfactorios de que el placer masturbatorio era infinitamente superior a la carne ajena metida dentro del cuerpo. Y esto podía funcionar para las vírgenes o para las bases del partido, feas y frías, o frías y feas. pero para la inmensa mayoría, que quería su docena de metros semanal, por lo menos, la cosa pintaba mal, tan mal que tuvieron que idear claves para hacerse casaderas y pasearse por la ciudad esperando las miradas silenciosas de los hombres, porque eso de los piropos cayó en desuso, y solo algún garrulo de pueblo, o algún quinqui de ciudad se atrevía a reírse de las leyes de igualdad, y más que piropos finos, soltaban alguna obscenidad de mal gusto y la cosa, no llegaba más lejos.
Habían cosas inequívocas, si se pintaban con los colores que utilizan los animales venenosos, ningún hombre las miraba ni de lejos. Era una primera criba, pero insuficiente. La segunda criba para el hombre prevenido, (hombre pre venido es eyaculador precoz, de metro y medio, poco más,) era el uso innecesario de la "e" como terminación en palabras ridículas, por ejemplo, les niñes, y la terminación en "a" para ridiculizar palabras, por ejemplo, tenienta de alcaldesa.
Así estaban las cosas cuando de repente un cambio generado por un desajuste de ritmo en el campo electromagnético terrestre hizo que el analema solar se imaginara cinta de moebius y nos dio la vuelta como si fuéramos una tortilla de patatas. Entonces, las frías se hicieron calientes, y las calientes siguieron igual, con lo cual cambiaron las leyes y follaron felices mientras el cuerpo aguantó.