viernes, 2 de septiembre de 2011

OTRA SALIDA (Y esta vez, con bares por molinos)

   


Soy camarero, llevo más de 20 años en el oficio, he gastado muchos zapatos, tantos, que he empezado a caminar en los zapatos de otros, y eso me ha conducido, como rueda de carro sigue a pezuña de buey a esta feliz relajación, tan merecida y grata que despunta sus palabras vanidosas, imitando la voz silenciosa, para alterarme, pero dejo correr su petulancia, que es hoja de árbol caduco asomado al tranquilo río de agosto.                                     


Caminar con zapatos de otros es amar a la parroquia, ser confidente, dar gritos al aire o palmadas al hombro; es descubrir gente todos los días: unos se quedarán un rato, unas semanas o muchos años; otros partirán invisibles, lacónicos y el capítulo aparte de los borrachos...............

Los borrachos me enseñaron que no quieren olvidar, lo que ellos buscan es recordar, recordar donde equivocaron el camino, un camino que nunca soñaron tan ciego, tan ciego que es incapaz de ver sus pasos en el abismo, y tan sordo que no puede oír los desesperados gritos de una voluntad sin manos.
Esta equivocación del camino, tan patente en los borrachos, pasa disimulada entre la gran mayoría de perdedores del camino.
Pocos son los que reciben a la muerte con la calmada sonrisa de satisfacción en la misión cumplida. A casi todos nos encuentra la muerte, como al sirviente en el viejo cuento de Samarcanda, demasiado lejos; por eso, la mueca de asombro de la muerte nos parece intención de asustarnos y nuestra búsqueda de salida es tan numantina como la res que salta al tendido.


Hace más de 30 años, cuando la libertad nos trajo las máquinas tragaperras, bueno, la libertad, la democracia, la avaricia de las arcas del Estado, o los trileros oportunistas de la codicia, (de la codicia ajena se sobreentiende) o quien sabe qué,- qué sabe quién- nos pareció una diversión con el encanto de la novedad y el riesgo de una timba antes de cenar.
Nosotros, los camareros, controlábamos el juego de los otros y a puerta cerrada, al final del día, pocas veces no rentabilizábamos nuestras pequeñas inversiones.
Pero la evolución de las máquinas tragaperras empezó a darnos sustos primero y perdidas después, hasta encaminarnos  a abandonar aquellas inversiones que al final, tantas pérdidas económicas nos ocasionaron.

No fue la pérdida monetaria lo que hoy me causa desazón sino la evolución que sufrí, (sufrimos los camareros) convirtiéndome en soldado sin soldada, abogado de la codicia, incitando a unos y a otros para qué llenaran las máquinas, vaciaran sus bolsillos, hacerlos adictos al juego, al  timo que nosotros fomentábamos.
Así perdí el camino y me convertí en lo que nunca hubiera querido ser, para solo conseguir la pérdida nocturna de sueño tranquilo y  la sonrisa desde el corazón, para encontrarla en la boca, el lugar necesario para ser agradable a los demás, pero desde donde con más angustia de obsesión desconocida transcurría mi existencia.

Un día sin fecha dejé de interesarme por las tragaperras, ya no sabía si se había jugado poco, nada, o mucho, solo cuando el cambio se agotaba y era menester llamar al suministro de monedas tomaba conciencia de la extorsión emotiva a la que estábamos sometiendo a los incautos de turno.

Empezó a darme asco el rótulo de juegos recreativos con que se autodenominaban aquellos ladrones legalizados, pues la única recreación posible en estos juegos es la cristianamente pecaminosa de la soberbia cuando se gana, la envidia cuando es otro quien recoge monedas, la avaricia siempre, la ira con la impaciencia y demás debilidades, que los cristianos llamarán pecados, pero que no creo que te conduzcan al infierno, pues te hacen ya, vivir en él.


Estos últimos años he tragado amargo muchas veces, con parroquianos que gastaron más de lo que podían, pero hoy, sonrío desde mis imaginarias Termópilas.
Me imaginé el sentir de un general viendo caer a su tropa sin saber como frenar o atacar al enemigo. Pero eso ya pasó, el ataque ya es posible.


La línea de batalla se abrió hace poco más de  un mes, cuando vinieron los cristaleros para hacer una pequeña reparación, y casualmente se les rompió un tubo de silicona, aquello  despertó una idea que no tardé en poner en marcha:
Untar las monedas con un poco de esa silicona y dejar que se deslizaran por la ranura de la máquina tragaperras. Puse dos monedas antes de cerrar, y después visité varios bares de amigos a los que les dejé un similar recuerdo.
Desde hace varios días había ampliado las rutas de regreso a casa para no repetir en los mismos lugares, pero hoy, día libre, ha sido glorioso, hoy ha sido un día magnífico. Por la mañana me preparé un bolsito de varios departamentos con monedas y silicona, pues el tubo que rompieron los cristaleros, además de ser incómodo ya me había estropeado el bolsillo de la chaqueta y hoy,  tenía intención de perderme por esos barrios de Madrid que desconozco. Callejear, ir andando por sus aceras, sin agobios de coche ni prisas, ni parking.
Hoy  me calcé los zapatos como si ellos tuvieran vida propia y me fueran a llevar de paseo por esos lugares por donde siempre paso corriendo, o por esos por lo que nunca pasé.
Quería también meterme en bingos, pues todos tienen tragaperras en la entrada, y en salas de juego sin olvidarme de los bares en los intermedios.

Ha sido un día buenísimo y lo mejor a sido al final, cuando me he dicho: el último, y he entrado en un bar al que he accedido por una bocacalle estrecha, de estos callejones del viejo Madrid en donde es tan difícil aparcar y que necesitan un recorrido a pie.
Las tragaperras estaban a la derecha, pero estaban desconectadas y la barra enfrente. La luminosidad estaba mal distribuida y había tres mesas cerca de la bajada a los servicios, con poco espacio libre, y dos a la derecha, con el problema contrario. Es lamentable que se compren mesas prefabricadas, todas iguales, cuando los espacios del local tengan otras necesidades. La barra, con falso ángulo, ésta sí hecha a medida, era de acero inoxidable, tras la cual, un camarero joven, con bigote y mosca, al preguntarle por las tragaperras desconectadas me ha dicho que algún gamberro había deslizado monedas impregnadas  de pegamento.

Esta feliz relajación, tan merecida y grata, me la ofrece la compañía invisible de algún imitador. Si se corre la voz, quizá sea fácil acabar con este enemigo, mucho más fácil de lo que nunca se pudo imaginar. Lo difícil será acabar con la codicia, pero de momento, apaciguarla y no fomentarla puede ser una buena batalla. La guerra para terminar con ella debe nacer y morir en los corazones y ese arranque solo ocurrirá  desde dentro de nosotros mismos.


3 comentarios:

  1. esa inventiva tuya desatada, como unos zapatones de magia que a cualquier parte te llevan
    saludos blogueros

    ResponderEliminar
  2. J.Antonio, metafórico estáis, con acertadas imágenes. Quizá debería haber puesto alpargatas en vez de zapatos, pero no iba de política.

    bXs

    ResponderEliminar
  3. francesitas de charol,
    suelas "vibran" , de montaña
    zuecos verdes, de relax


    mientras las moneditas

    pegajosas

    surcan las profundidades
    de la avaricia,
    de la codicia,

    de la división


    mientras las manos
    encuentran la unión

    ResponderEliminar