Es que la cabra tiene su aquel, su eso que la veías bajar, volando, con los ojos asustados, y se estrellaba contra el suelo, es decir se hacía estrella, porque del mundo de los mortales dejaba de participar, salvo, claro está en la cena de carne de cabra con patatas, en la que participaba con su carne, pero la paladeaban los demás.
No hubo forma de apelar a la tradición, que aunque del siglo XX se consideraba por su salvaje idiosincrasia, digna del folklore, los estamentos europeos decidieron darle finiquito.
Ni aún tirando la cabra muerta, sería lo mismo, ¡lo bonito eran sus berridos junto a la campana!
Una fiesta menos.
En otro pueblo, de cuyo nombre no me acuerdo ahora, se dedican a tirar la comida y hacer fiesta de ello. Ensuciar paredes, balcones, puertas ventanas, calles, ensuciar todo con comida buena, camiones y camiones atravesarán el pueblo, vaciándose a medida que esparcen la comida para que el populacho se pringue y se ría, como si hiciera una barroterapia, pero con tomates.
Y tirar la comida al mar, al río o a las cloacas está bien visto?
Vamos! nosotros a la cabra nos la comíamos igual, antes de que le salieran las magulladuras propias del semejante trompazo que se pegaba.
Salvajes los que tiran la comida para cagarse en ella. Nosotros criábamos la cabra durante todo el año a cuerpo de rey, siempre de flor en flor, de la Nadiuska a la Barbara Rey....... (Vaya, ya se me ha ido el tema, pues lo termino con una dispersión de origen italiano)
No hay comentarios:
Publicar un comentario