De Numancia a Sirte

El coche nos dejó cerca de la cima, no tuvimos que realizar grandes esfuerzos. Tampoco había nada que ver bajo los pies, solo el paisaje en el horizonte. Un paisaje soberbio en el otoño soriano.

Caminamos con los hombros un poco encogidos para protegernos del viento en aquella desolada colina. Sobre los supuestos restos de la inmortal Numancia el sentimiento de tristeza ante la barbarie se confundía con el de alegría ante la resistencia. El imperio romano, dispuesto al saqueo, el pueblo Ibero, dispuesto a morir antes que a rendirse.

Había una lejana neblina en el horizonte que difuminaba los tonos rojizos de los lejanos olmos, chopos, álamos, árboles de hoja caduca, pero resistentes a la inclemencia severa.

No había mucho que ver, las excavaciones apenas dejaban aflorar unas pocas piedras desordenadas.

Lancé los ojos en las cuatro direcciones,a lo lejos, más allá del río, en el llano y por todas partes se intuían los campamentos romanos, sus calles cuadradas, sus cuadras de mulas, el bullicio de las putas en las improvisadas tabernas, y sus estandartes, como futuras banderas clavadas en nuestra tierra.

Los ojos volvieron la mirada a mis pies, a la tierra que se bebió toda la sangre, toda la rabia. toda la vida. La tierra que salaron temerosos de que fecundara vástagos poderosos. Murió el imperio antes de que la tierra pudiera fructificar, con tanto esmero la cubrieron de sal tras derrumbar todas las piedras y lanzarlas al vacío, o llevárselas en carros para repartirlas a lo largo y ancho machacadas en la solera de sus innúmeras calzadas.

Se llevaron lo suyo de aquí, pero también nos dejaron toda su mierda y sus corruptas instituciones. Bueno lo  dejaron a los otros, nosotros nos fuimos al otro mundo un poco antes que ellos, solo un poco, pero con los corazones llenos y contentos . Luego llegaron ellos con las victorias terrenas de todos sus cofres; sus tesoros, sus teneres, no los trajeron. Estaban vacíos. Con asco por dentro. Sus sonrisas fueron superficiales, sus miradas clamando perdón. Sus mentiras eran pesados fardos de vergüenza. Soldaditos que engañados utilizaban la violencia para lograr un mundo mejor. Que absurda incongruencia. Les caían las verdades a los pies como vasos de cristal contra el duro suelo para romperse en mil trocitos. En la Tierra de los muertos todo es posible, hasta que héroes como Aquiles comprendan que nunca lo fueron, pues sus violencias eran contra inocentes que vivían en su pacífico centro.

En esta otra Tierra nunca se muere, aunque pocos podéis conectar con los inmortales que fuimos delante, pocos en esos tiempos oscuros de esclavitud, amargos y sucios. Pero los podéis iluminar, endulzar y limpiar en estas ficticias colinas numantinas, y en esas otras, que en Sirte se llenan de hermanos luchando contra el horror, el terror y el error de esa ausencia de amor humano.

Bienvenido también Jinquer, que hay mucho Nilo por delante y todo el mar después.